La danza de los chinelos

Por David Polo

Imagine el lector esta situación. Se encuentra al medio día caminando por las calles de cualquier pueblo en México cuando el estrépito de fuegos artificiales y una música simple y repetitiva, condenadamente pegajosa, se desparrama por el viento. Lo inunda todo, alcanza sus oídos y llega hasta sus pies. En seguida aparecerá un extraño grupo de danzantes acompañados de tambora, trompeta y clarín. Todos llevan vistosos trajes de colores hasta los pies, holgados como túnicas y cubiertos de bordados con diversos motivos en chaquira y lentejuelas, además de unas curiosas máscaras decoradas con barbas puntiagudas y ojos grandes de colores azul o verde. Un sombrero cónico con barbas remata el disfraz de los bailarines, que no cesan de saltar y dar vueltas como si el cansancio y el calor acumulado bajo el pesado atuendo fuera algo inexistente. Son los chinelos, que danzan porque seguramente algo habrá para celebrar.

La historia de esta peculiar tradición se remonta al siglo XIX, cuando un grupo de jóvenes de Tlayacapa, Morelos, decidió hacer una burla de los bailes de disfraces y carnavales organizados por los españoles en vísperas de la cuaresma, a los que la mayoría de la población tenía prohibido el acceso a causa de su condición social. Una mañana el estruendo de gritos, chiflidos y baile despertó a los habitantes del poblado, quienes vieron entre risas como sus jóvenes recorrían las calles vestidos con ropas viejas y cubierta la cara con pañuelos para no ser descubiertos. El impacto fue tal que al año siguiente el desfile se repitió. La danza improvisada se había convertido en un símbolo de rebeldía contra los españoles como en un motivo para fiesta. Con el tiempo, el baile de los chinelos llegó a formar parte de las tradiciones de los pueblos y ciudades vecinas.

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En principio, a los chinelos se los llamó huehuetzin o huehuenches, un vocablo proveniente del náhuatl que significa “los vestidos con ropa vieja” o “viejos feos”. A su vez, la palabra chinelo proviene del náhuatl tzineloa, que quiere decir “meneo de cadera”. Se cree que la danza mezcla las formas del baile de moros y cristianos con una alegre danza prehispánica llamada axcatzitzintin ㅡ“brincar a gusto”, también en náhuatlㅡ. Dicha danza era practicada por los mexicas para celebrar su llegada a la isla donde fundaron Tenochtitlán. Era principalmente un baile con los pies pues, de acuerdo con el mito, llevaban las manos cargadas con maíz y  pertenencias en su viaje hacia el lago de Texcoco, por lo que no podían moverlas. Este gesto es visible en la danza de chinelos hasta la actualidad, pues su danza también es principalmente a base de movimientos de cadera y de pies. De ahí que su nombre aluda justamente al movimiento de estas partes del cuerpo.

Mirar la danza de los chinelos es toda una experiencia. Durante el breve instante que tardan en pasar frente a los ojos, la calle se transforma en un espacio donde los colores de los trajes y los destellos de las lentejuelas se funden con la música y el tiempo. La vista se cautiva con el movimiento intermitente de cada paso de baile y los ojos se van detrás del borde de las túnicas que giran mientras alrededor todo es fiesta. Una especie de desconcierto aparece en la cabeza cuando al cabo de un instante los chinelos ya son sólo un rumor pasajero que avanza escandalosamente entre las calles de los pueblos, como si de un sueño se tratara. Pero no, es sólo la peculiar fiesta que unos muchachos rebeldes se inventaron cuando no los dejaban celebrar y que se volvió una tradición tipicamente mexicana.

La danza se puede ver en los pueblos del estado de Morelos, principalmente, aunque se ha adoptado en las celebraciones religiosas y festivas del sur de la Ciudad de México, así como en diversas regiones del centro y sur de nuestro país. A pesar de que se representa a lo largo de todo el año, el baile de los chinelos es más frecuente durante los carnavales en vísperas de la semana santa en México.

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