Luis Barragán, el premio Pritzker mexicano
Por David Polo
Cuando Fitzia Mendialdua llegó a México en los años 50 tuvo que reconocer con asombro que en México se nace artista. La pintora, llegada a la Ciudad de México en sus veintes desde Francia, pronto se encontró arrobada por la persistencia de una identidad característica, plasmada naturalmente a cada palmo y que no hacía más que gritar con sus colores y sus formas que todo en México es arte. Y es que, incluso en estos tiempos, una sola calle de cualquier ciudad o pueblo mexicano puede condensar en ella misma todas las expresiones de una cultura que no tiene lugar en ninguna otra parte del mundo.
La anécdota sirve para comenzar a hablar de Luis Barragán, uno de los más importantes arquitectos de nuestro país, y acaso del mundo. La huella de su obra se extiende principalmente desde su natal Jalisco hasta la Ciudad de México, que fue su hogar hasta su muerte en 1988. Nacido en Guadalajara en 1902, Luis Ramiro Barragán Morfín fue hijo de una familia de hacendados. Se graduó como ingeniero en 1925 en la Escuela Libre de Ingeniería de Guadalajara, donde aprendió también arquitectura, sin embargo, su verdadera incursión en esta disciplina inició dos años más tarde, a su regreso de un viaje por Francia y España que fue decisivo para construir su manera tan única de expresarse a través de sus edificaciones.
Barragán supo como ningún otro arquitecto plasmarse a sí mismo en cada una de sus obras construidas, y ese plasmarse a sí mismo no era otra cosa que la expresión de la cultura que lo vio nacer. Si se mira con atención, en sus edificaciones es fácil descubrir las formas de las viejas haciendas mexicanas, el estilo vernáculo con reminiscencias de paisajes costumbristas y los colores brillantes de la bulliciosa cultura popular. Podría decirse que Luis Barragán tomó uno por uno los elementos de su identidad mexicana y los mezcló con delicadeza hasta alcanzar en su arquitectura un balance único entre la tradición, la identidad y una forma nunca antes vista de construir.
A él se deben espacios tan emblemáticos para México como el Pedregal de San Ángel, que en los años cincuenta formó a través del cine toda una visión del mexicano en un momento de crecimiento económico sin precedentes en el país. Junto a Mathias Goeritz y Jesús Reyes ideó las torres de Ciudad Satélite, ícono del área metropolitana de la Ciudad de México. También se le atribuye el Faro del comercio, en la Macro Plaza de Monterrey, aunque nunca reconoció su autoría.
La importancia de su trabajo fue tal que en 1980 se convirtió en el segundo arquitecto en la historia en ser reconocido con el premio Pritzker ―el máximo galardón que un arquitecto puede recibir―, por su casa estudio de Tacubaya, donde habitó hasta su muerte. Barragán ha sido el único mexicano en recibir dicho reconocimiento y su casa estudio es el único inmueble individual con esta distinción en Latinoamérica. Con su talento, Luis Barragán supo proyectar a México a nivel mundial.