De México para el mundo: Palabras de origen mexicano

Por David Polo

Antes de llamarse México, el territorio que ahora forma nuestro país albergó a una gran cantidad de civilizaciones y ciudades con culturas muy particulares. Se estima que antes de la invasión de los españoles existían más de setecientos idiomas diferentes entre los pueblos que habitaban la región, desde el norte de México y sureste de Estados Unidos hasta la península de Yucatán y más lejos, llegando incluso a Centroamérica; cada uno con su propia cultura y sus propias formas de organización. Aún así, todos tenían muchas características en común, como una religión más o menos similar, ideologías afines y el cultivo del maíz como principal fuente de sustento.

Alrededor del año 1325 de nuestra era surgió en el Valle del Anáhuac, en el centro geográfico de la región, la ciudad de México-Tenochtitlán, un asentamiento de pueblos nómadas nahuahablantes que en tan sólo dos siglos alcanzó el desarrollo científico y tecnológico más avanzado en el continente de todas las civilizaciones de su época y dominó casi por completo a los pueblos y señoríos del territorio mesoamericano, llegando su influencia hasta lugares como El Salvador, donde hasta la fecha se habla el pipil, una variante de la lengua náhuatl.

Por su ubicación, México-Tenochtitlán se convirtió muy pronto en el mayor centro de intercambio comercial y cultural de la región. A su mercado de Tlatelolco llegaban productos de la más variada índole: pescados, plumas de aves, granos y semillas, piezas de oro y piedras preciosas, animales, prendas de algodón y una gran cantidad de mercancías procedentes de todos los rincones del imperio. Entre tanta diversidad de costumbres e idiomas, el náhuatl se convirtió en la lengua predilecta para comunicarse y nombrar las cosas.

La importancia del náhuatl era tanta que muchas de las palabras que se escuchaban todos los días en Tenochtitlán las seguimos utilizando en la actualidad, y algunas de ellas han trascendido las fronteras para incorporarse al habla de una gran cantidad de idiomas en todo el mundo, a veces sin imaginar siquiera que su origen se dio entre los pueblos de mesoamérica. Por ejemplo, el nombre de Nicaragua proviene del náhuatl nicanáhuac, que significa “hasta aquí llega el Anahuac” o “hasta aquí llegaron los nahuas”. Una palabra mucho más familiar en todo el mundo es “chocolate”, derivada de los vocablos xococ y atl, que significan “agua agría”. También está “tomate”, del náhuatl xictli, tomohuac, y atl, que forman xictomatl y que significa “ombligo gordo de agua”.

Cada vez que llamamos cuate a un amigo estamos utilizando una palabra derivada del náhuatl coatl, “serpiente” o “gemelo”; al utilizar la palabra hule partimos del náhuatl ollin, empleado para designar al movimiento, en este caso de la elasticidad del material. Curiosamente el maíz, que llena de orgullo a todos los mexicanos, es una palabra de origen taíno, pues fue adoptada por los españoles tras los primeros contactos con los pueblos originarios de las islas del Caribe, pero el nombre de los tradicionales elotes y esquites si es de origen mexicano, mientras que centli es el vocablo náhuatl para designar a esta planta inventada en México. Entre otros préstamos que toma el español de la lengua náhuatl están las palabras comal, itacate, jícara, petaca, atole, mezcal, mole, tequila, aguacate, cacahuate, chicle, nopal, popote, coyote y guajolote; tan cotidianas todas que pasan desapercibidas para los mexicanos.

Se dice que para que algo exista debe ser nombrado y casi siete siglos después del surgimiento del imperio mexica, su cultura e identidad continúa presente en pequeños rasgos del habla cotidiana de todos los mexicanos y del mundo. Es difícil imaginar un México sin mole, un mundo sin chocolate o una pizza sin tomate. Son palabras producto de una de las grandes civilizaciones que ha dado el mundo y que hoy en día es parte de nuestra identidad.