El origen del pan de muerto

Por David Polo

Cubierto de azúcar o ajonjolí, de vainilla o chocolate, chico o grande, con forma humana, de dioses o animales, el pan de muerto es parte de una de las celebraciones más peculiares de los mexicanos, que cada 1 y 2 de noviembre abren las puertas de sus hogares con la ilusión de recibir por una vez en el año a las almas de sus seres queridos que han pasado de esta vida para agasajarlos con ofrendas de flores y banquetes dispuestos en coloridas mesas como un homenaje a la memoria y el cariño que de ellos se conserva.

Se cree que originalmente no se trataba de un pan como lo conocemos, sino que en la época precolombina los habitantes del imperio mexica elaboraban un pan a base de semillas de amaranto bañado con la sangre de los sacrificios realizados a los dioses mesoamericanos. Otra versión es que, como parte de los rituales religiosos, cuando un corazón humano era ofrendado los sacerdotes debían cubrirlo de semillas de amaranto y comerlo. Como quiera que haya sido, los españoles que llegaron en la conquista modificaron por completo esta costumbre, prohibiendo los sacrificios y cambiando el amaranto por trigo y así ha sido como sobrevive hasta la actualidad esta tradición que, sin embargo, aún guarda una estrecha relación con el pasado prehispánico.

Para los pueblos originarios de América, el Mictlán era un lugar subterráneo, oscuro, húmedo y frío a dónde se dirigían las almas de las personas que morían por causas naturales, a quienes realizaban ofrendas a los ochenta días y luego cada año durante cuatro años, que era el tiempo que creían tardaba un alma en atravesar el inframundo y descansar.

Actualmente, una parte de la antigua concepción del universo mesoamericano se encuentra plasmada de manera simbólica en cada pieza de pan de muerto. Se trata de un pan esférico en cuya parte superior se coloca una bolita de masa simbolizando un cráneo, que a la vez representa la conexión del inframundo con la tierra y el cielo. Debajo del cráneo aparecen cuatro tiras de masa con forma de hueso que representan los cuatro rumbos del universo prehispánico.

Según la región donde se prepare, el pan de muerto puede ser de diversas formas y tener diferentes ingredientes. El más común en el centro del país es el azucarado, mientras que en regiones de Puebla se cubre con ajonjolí. En la Mixteca se adorna con azúcar de color rojo y en algunas partes del país es elaborado con chocolate. Aparte del tradicional pan redondo y adornado con huesos, es común ver panes con forma de alacranes, conejos, mariposas, perros y peces; también con formas humanas e incluso las formas míticas de los dioses prehispánicos que sobreviven en la memoria de los pueblos.

De una forma u otra, lo cierto es que es difícil resistirse a probar este platillo típico de temporada y recordar con cariño a aquellos que se nos han adelantado.