El pueblo que se puso a hacer paletas para no irse del país

Por David Polo

Cuentan los rumores que detrás del éxito de las paleterías La Michoacana se encuentra la historia de un robo, de un pueblo pobre —amolado, dicen los habitantes de Tocumbo— y un hombre que abandonó su tierra para ganarse la vida en la Ciudad de México con el oficio que aprendió en Michoacán de su patrón, víctima del robo. La historia también cuenta que el ladrón no sólo triunfó en la capital, sino que volvió al pueblo para saldar su deuda e invitar a sus paisanos a unirse al negocio que le trajo prosperidad.

A mediados de la década de 1940 Tocumbo, Michoacán, sólo podía ofrecer a sus pobladores un camino que iba directo a trabajar como mano de obra en los Estados Unidos. Más allá de eso las alternativas eran pocas: vivir de su propia tierra abandonada o emigrar a la creciente Ciudad de México a buscar la vida. Entre esos migrantes estaba Ignacio Alcazar Pulido, quien huyó a la capital con el dinero robado a su patrón, Rafaél Malfavón, para abrir la primera paletería de origen michoacano cerca de la antigua cárcel de Lecumberri. Adornada con rústicos dibujos de frutas, paletas y helados, el negocio de Ignacio pronto prosperó. Los capitalinos habían gustado de su producto y acudían a comprar los postres preparados con la receta inventada en su natal Tocumbo.

En Michoacán La Flor de Tocumbo, primera paletería del pueblo, aún existe. En un inicio su fundador, Rafaél Malfavón, recorría las calles con su burro cargado de cajas de madera llenas de paletas. Se cree que la idea de este negocio surgió de su experiencia en el manejo de lácteos mientras trabajó en Estados Unidos, además, vender paletas requería poca inversión y era sencillo de manejar. Para cuando Ignacio Pulido huyó a la capital con el dinero de la paletería, La Flor de Tocumbo ya era un negocio en forma.

Existen varias versiones sobre el orígen de las paleterías michoacanas y su proliferación en México y el mundo, pero todas coinciden en algo: el modelo de negocio ha hecho prosperar a las familias de todo el pueblo y los sacó de la pobreza. Desde mediados del siglo pasado las familias de Tocumbo aprendieron el oficio y se pusieron a trabajar, animados por el éxito de los primeros paleteros, y apoyados por ellos mismos. La familia Alcazar y los Malfavón se asociaron para abrir nuevas paleterías y financiar a sus paisanos con créditos que se pagaban en menos de dos años con las mismas ganancias del negocio. Para el año de 1991 los tocumbenses se permitían holgadamente contratar a Pedro Ramírez Vázquez, arquitecto del Estadio Azteca y la Basílica de Guadalupe, para construir su Iglesia del Sagrado Corazón. “Así como estaba el pueblo de amolado ahora lo tenemos de arreglado, porque hemos trabajado”, dicen sus habitantes.

Fue en la década de los 90 cuando surgió el logotipo que identifica a La Michoacana, una mujer con trenzas y falda que degusta un helado. Fuera de eso es poco lo que une los más de diez mil negocios, según cálculos conservadores, y que tal vez ha sido la clave del éxito. Las condiciones para abrir una paletería bajo este modelo siempre han sido sumamente flexibles: por lo general sólo hay que comprar las máquinas y exhibidores, los productores deben comprometerse a preparar sus propias paletas y helados con ingredientes frescos,, mientras que la administración corre a cargo de cada uno de los dueños. Se decidió sustituir la venta de refrescos por la de aguas frescas, con un mayor margen de ganancias. Como cada paletería elabora sus propios productos en el establecimiento, no hay gastos de transporte ni de administración de franquicias, sólo hay que trabajar con ganas.

No se tienen datos precisos, pero podría decirse que las paleterías La Michoacana en la actualidad generan de 30 a 50 mil empleos, si se considera que cada negocio emplea de tres a cinco personas y contamos un aproximado de 10 mil negocios a lo largo y ancho del país. La historia del robo de Ignacio Alcázar para abrir su paletería en la capital es sólo una más de las versiones en torno al origen de este negocio, que convirtió a un pueblo de braceros pobres en uno de ricos paleteros.