Panteón Dolores
Celebrando la vida en tierra de muertos
¿Por qué vuelven nuestros muertos el 2 de noviembre?
¿Por qué deciden regresar a nuestro mundo, dejar el umbral del limbo y visitarnos por un par de días?,
no se, yo creo que es por amor…
Por: Pilar Aguilar
Fotografiando ando
Pasamos frente a él sin imaginarnos el mundo que guarda dentro, vemos sus paredes despintadas que separan nuestras realidades, pero su atmósfera resguarda a uno de los panteones más antiguos de la Ciudad de México y sin duda, uno de los más grandes de nuestro país y en la conmemoración del día de muertos El Panteón Dolores preserva la sincronía del amor y la tradición más hermosa que sólo el mexicano puede crear.
Llegamos a este campo santo por ahí de las dos de la tarde del 2 de noviembre, lo visitamos sólo por ser el: “Vamos ahí a ver que vemos” sin ninguna expectativa, solo para no dejar pasar el día sin tomar fotografías de este enigmático día en nuestro país.
¡Vaya sorpresa que nos llevamos!
Lejos de aquellas tradiciones de los pueblos, llenos de copal y rezos, cantos nocturnos y cobijas para pasar la noche junto a las tumbas, El Panteón Dolores recibe a sus invitados a plena luz del día, a los vivos que visitan a sus muertos, ellos vienen a “ver” a su familiar a su hogar, sus avenidas se llenan del folclor natural del habitante de la Ciudad de México, cargando flores, comida, alcohol y todo lo necesario para pasar una tarde en familia, esta vez, la familia completa.
Y es que, por ese único día, aquellas lápidas dejan la soledad y se convierten en el comedor de la abuela donde todos comían hace algunos años, salen las carnitas, el pollo rostizado y el refresco a formar parte del día, o en la sala del abuelo donde todos bailaban en las fiestas y aparecen las cervezas, el tequila y las bocinas con la música favorita del finado, que ese día esta muy vivo en los recuerdos, y se escuchan Los Panchos, Javier Solís, Julio Jaramillo, y si veíamos con detenimiento también se convierte en la habitación del hogar enmarcada por un solitario esposo que llegó a dejar flores a su amada.
El mundo se detiene por unos instantes, el tráfico desaparece y la virulenta ciudad opaca sus sonidos para dejar que las sonrisas y las anécdotas salgan a la luz, por momentos la abuela, el abuelo y la esposa están sentados a su lado, conviviendo como si nunca se hubieran ido, riendo, cantando y bailando como en sus buenos tiempos.
Y como en toda fiesta no podía faltar la decoración, así que niños y adultos, sin excepción arreglan la tumba: flores amarillas y blancas, colgantes de colores, globos, fotografías, muñecos, pelotas, papel picado, velas, recuerdos del difunto, lo que sea para hacerle entender al visitado, que ya llegaron, que hoy le toca disfrutar con la vivos. Los mexicanos así somos, a todo le buscamos fiesta, todo es una buena oportunidad para comer y beber, incluso en un panteón.
El lugar no estaba triste ni lleno de nostalgia, estaba impregnado de amor y de recuerdos y de fiesta porque esta no es más que una visita a nuestro familiar, como si estuviera vivo.
Y aunque aparecen de vez en cuando las criptas antiguas y abandonadas, con grietas y destrucción evidente, un buen samaritano les deja una flor de cempasúchil en medio, como recordando que no están solos, ni olvidados, solo es que tal vez ya no hay nadie en tierra que vaya a visitarlos.
El Panteón Dolores se vistió de manteles largos para recibir a cientos de mexicanos que sólo fueron a seguir una de las tradiciones mas hermosas de nuestro país, en donde no importa el frío, el calor, o el clima sino celebrar la vida en tierra de muertos.
Al final del día salimos contentos y conmocionados por el amor y compromiso de la gente y las inmensas ganas que tenían de pasar un día más a lado de su ser querido, así que si dentro de un año te encuentras varado en la Ciudad de México y no sabes a donde ir a tomar fotografías ya sabes que El Panteón Dolores será una escapada fenomenal para recabar imágenes de nuestra hermosa tradición.
Fotografías Pilar Aguilar
Cámara Nikon ZFC
Lente Nikkor Z 28-400 mm